Relatos, Mitos y Leyendas de Madre de Dios

Huinga el Barriquero

Huinga, un joven delgado, cuerpo compacto, brío como la corteza de capirona, lleno de energía; empieza como toda mañana afilando su machete “Gavilan”, esperando que la cocinera en cualquier momento le mande llamar.

Después de un alboroto en la mesa, entre risas y comentar sobre las estradas complicadas y algunas que están mejor tratadas o limpias para poder desplazarse; de repente escuchan alguien vociferar, saliendo del claro y dirigirse a la espesura del bosque, golpeando su machete en la aleta del árbol de Shihuahuaco – ¡Ya vamos, dejen de conversar o estar chismeando como Magali! De prisa, cada uno agarra su saco negro teretaño, su pechera, machete, Huinga se coloca sus botas negras, al vuelo saca su tabaco que estaba encima de su mosquitero; en fila como una columna anti subversiva se van adentrando en la floresta, conforme van avanzando cada uno va tomando caminos distintos; algunos de ellos divisan pavas o “pucacungas” volar entre los árboles, algunos añujes corriendo asustados en diferentes direcciones; el canto de las aves de distintas especies le van dando música al día.

Huinga llega al primer árbol de la estrada, levanta la quijada, empieza a ver si existen algunos cocos todavía en las ramas ya que estos podrían caer en cualquier momento y hundir su masa encefálica, luego divisa alrededor del árbol para hacer un cálculo de cuántas latas aproximadamente podría dar este árbol – ¡Wuaooo!, aquí tengo aproximadamente 2 barricas ¡Qué bueno!, empieza a recolectar lanzando cada uno al pie del castaño, mientras recordaba el sueño malo que tuvo esa noche.

Encontrándose dormido siente que su cuerpo empezó a elevarse sobre su cama, sale por la puerta en posición de Superman, cruza el rio Piedras hasta llegar al otro extremo, luego comienza a revisar los anzuelos que dejó en el espinel la tarde anterior, amarrado en las rama de los Ipururo; al jalar la línea, ve la primera lineada templada hacia arriba, sigue el hilo y un tuyuyo “garza negra” estaba engarzada con el anzuelo; sorprendido y sonriente por este episodio inusual, jala con fuerza – el tuyuyo aturdido le da un picotón en los ojos y revienta uno de ellos, dejándolo ensangrentado y semi ciego…

De pronto, siente la picada de una avispa shiroshiro; mientras recogía los cocos, sin darse cuenta golpeó una hoja de bijao, debajo de ella estaba un caserón de esta especie, corre desesperado, tratando de huir de ellos ya que se le venían encima.

Luego de un largo rato, ya un poco recuperado se dice: ¡para esto me soñé feo! Después de esta pequeña reflexión se acomoda y empieza a chancar lo cocos, con el mentón hinchado, adolorido, empieza su jornada; solo le bastaba uno a dos machetazos para extraer la ansiada nuez, mientras pasaba la hora va llenando la segunda barrica, la retirada del sol le va indicando que se aproxima el atardecer; con un palo de un metro empieza a taconear su barrica que está a punto de embalar, acción que servirá para tener una barrica de castaña sólida, rígida y pueda así cargarla, una vez atado, coloca su machete dentro de la barrica, a su vez se asegura de colocar bien la pechera para no tener percance en el retorno; tras caminar por más de una hora por las diferentes sendas que llevan de regreso a casa, al cruzar el último puente, sintiéndose agotado y al mismo tiempo contento por llegar con su primera barrica ya que la otra barrica lo dejó encima de un tronco para trasladarlo el fin de semana. Poco a poco van llegando los demás castañeros, algunos incluso ya estaban bañados reposando. Se le acerca Tiraflecha y le dice: Hoy cuando venía por el camino te pregunté la hora y me entregaste tu reloj, ya que no podías ver la hora, aquí te entrego, gracias. ¡Queeee! – no entiendo lo que me estás diciendo – ¡Hoy me entregaste tu reloj! en la segunda bajada, antes de llegar a la quebrada blanca – ¡No, estás mal Tiraflecha! hoy estaba yo chancando cocos por la colpa de huanganas y por donde tú estás diciendo, yo no estaba hoy – Está bien, pero aquí dejo tu reloj.

Huinga se dirige a recoger el reloj, asombrado contempla y se acuerda que el reloj es de don Ernesto; don Ernesto ¡hace 6 meses que falleció! Recoge y lleva a mostrar a su esposa, ella al ver el reloj en manos de su trabajador, molesta le increpa – ¡Porqué tuviste que sacar ese reloj de mi gaveta – Señora le explico ¡No quiero explicaciones, ustedes son unos ladrones! Uno ya no puede tener seguridad en casa, murmurando le arranca de la mano y se dirige a guardarlo. Huinga, molesto por la aptitud de la señora Dioni, lo peor es que no le dejó que le explicara cómo fue todo lo ocurrido; triste por la desconfianza que ella demostró en él; pensando que era como parte de la familia, se dirige a su habitación para hacerse muchas interrogantes, entre ellas sobre el sueño que tuvo la noche anterior; decide que el día de mañana será el último día de trabajo ya que se siente incómodo por el trato que tuvo en la tarde. Mientras Tiraflecha y los demás jugaban cartas en el comedor, él empacaba sus pertenencias, escucha una voz desde la cocina – Huinga ven a cenar – ¡Gracias no tengo hambre!

Al día siguiente, muy temprano, coge su machete, afila, se dirige a la cocina, se sienta en el primer plato servido, termina y con las mismas se retira al castañal Tiraflecha y los demás compañeros sorprendido por la actitud, se preguntan ¿Qué habrá pasado con Huinga? Talvez soñó con cuchillo, y piensa que su mujer le esté engañando – jajaja, jajaja, jaja, todos en coro se reían en la mesa.

Después de llegar a dos árboles cercanos, empieza a limpiar un poco alrededor de cada tronco, para poder recolectar los cocos, así poder terminar lo más temprano y luego trasladar lo que dejó el día anterior.

Al ver que este árbol había producido bastante, empieza acelerar la recolección; al levantar ya casi el último coco. Una jergón tenía el cuerpo acurrucado cabeza debajo de un coco, sin darse cuenta; Huinga estira el brazo para concluir su cosecha, la serpiente al verse descubierta, salta y le muerde en la mano cerca del pulgar derecho, sorprendido y a la vez asustado agarra un palo y golpea hasta matarlo; luego empieza arrancar bejucos de itininga para masticar y absorber el líquido, pues funciona como analgésico, arrastrando su itininga va de regreso a casa, pero poco a poco ve su mano gangrenarse, siente que le va faltando respiración, las fuerzas se van desvaneciendo, cae y trata de arrestarse, empieza a expulsar sangre por las encías, hasta que pierde el conocimiento.

Tiraflecha regresaba con su primera barrica, mientras recordaba el lugar que Huinga le había entregado el reloj, se para por un momento y se dice – Aquí fue que ayer recibí el reloj de Huinga; al observar más allá, ve un cuerpo tirado en el piso, larga su barrica y como un rayo de luz se dirige, al ver a su amigo trata de despertarlo, voltea el cuerpo frío y lleno de moretones, toca el pulso ya sin vida. Va en busca de los demás compañeros, rompiendo en llanto, les comenta lo que pasó y dejan la faena, corren donde esta Huinga, al ver a su compañero muerto, surgen muchas interrogantes ¡Habrá tomado veneno! Tiraflecha empieza a observar su cuerpo y ve gotas de sangre en la mano ¡le mordió una serpiente!…

Autor: Prof. Rolando Solórzano Cárdenas.

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